AMENABAR NOS HACE PENSAR UNA VEZ MAS




VALORACION: * * * *
No tarde mucho en ver lo nuevo de uno de los grandes del cine actual, el gran Alejandro Amenabar que sorprendiendo a propios y extraños ha realizado un magnifico Peplum, desde aqui una sincera enhorabuena a Telecinco por el gran trabajo que estan realizando haciendo produciones de enorme calidad con directores de enorme prestigio, algo contraproducente si vemos la Tv que realizan.

«Ágora» es una película monumental y ambiciosa en lo grande e íntima y expresiva en lo pequeño. Se ve y se curiosea por la Alejandría del siglo IV casi como si se hubiera aterrizado en ella, y se atisba y se descubre la personalidad de alguien insólito allí, pero cierto, una mujer llamada Hipatia, neoplatónica, astrónoma y geómetra, una mujer real y olvidada que se sitúa en el centro, y como víctima, de un litigio de siglos, tan coetáneo al hoy como al entonces y, probablemente, como al luego; la guerra eterna del pensamiento entre el corazón y sus extremidades: sectarismo, radicalismo, fundamentalismo o fanatismo, envuelto en cualquier trapo o creencia, y que en esta película coincide con un periodo histórico en el que el cristianismo pasaba de perseguido a perseguidor en aquel crisol de culturas, saberes, ignorancias y religiones alrededor de la idea de la más grande Biblioteca del mundo.

Amenábar lo quiere mostrar todo, lo monumental (el Faro) y lo mental (los ideales), y su cámara cae allí como un meteorito para que veamos el lugar de los hechos en una fastuosa reconstrucción visual de aquella Alejandría, y de un modo natural, sencillo y del que casi te preguntas, pero, ¿cómo lo ha conseguido?, la película te sumerge en el complejo clima político, social y religioso que impregna a los personajes y a sus actos, de tal modo que algo que te era ajeno y desconocido se clarea y lo entiendes de inmediato: a Hipatia, su obsesión por los astros y sus leyes, su posición en esa escuela, sus ansias de mujer libre, el auge, empuje y medra del cristianismo, el eclipse del paganismo, la decadencia de Roma?

La limpia belleza de Rachel Weisz y su perfecto empaste con el personaje consiguen hacerlo cercano, cálido, incluso en su fría vertiente de mujer obsesionada por la ciencia e incompatible con el amor, pues es precisamente en el sentido romántico donde «Ágora» se permite algunos temblores y lirismos; y es justo lo que no es historia sino invento de Amenábar, el personaje del esclavo Davos, lo que le da al argumento unos arreones pasionales y «peliculeros» en el mejor sentido del término. No es fácil, a pesar de todo, entender las tozudas pasiones de Hipatia y sus conciudadanos, y estar próximo a ella y ellos durante la consecución trágica de la historia, aunque su admirable personalidad quede al descubierto mediante los certeros brochazos de Amenábar en su relación con el padre, el esclavo, los alumnos y los intolerantes.

La Historia suele escribirse por los «buenos» y contra los «malos», pero su encajonamiento en la pantalla permite simplificarla al máximo de ese modo; en este caso, y éste será el punto de la polémica que se adhiere al «talón de Amenábar», Hipatia, la indudable heroína y a través de cuyos ojos se escribe «Ágora», es una pagana, mientras que enfrente, en el cinematográfico papel de villano, está aquel cristianismo niceno del emperador Teodosio, encharcado de radicalidad y agresividad, y que, luego, en la Edad Media aún adquiriría tintes más siniestros. El punto de vista es, pues, de ella, pagano, que en el mundo actual se correspondería con algo cercano al laicismo; mientras que enfrente está un cristianismo montaraz cuya expresión actual estaría más próxima al fundamentalismo islámico. Tal vez, ahora el espectador cristiano podría sentirse maltratado, pero en realidad no es el cristianismo actual lo que combate esta película, sino el radicalismo, el fanatismo racial, territorial, sectario o religioso. Y tergiversar el auténtico sentido de «Ágora» por razones de secta, ideología o religión solamente le dará la razón a la sustancia de la película: casi dos mil años después, aún sirven las mismas piedras para tirárselas a los demás. Quedarse en eso, o en si se aleja o se acerca la cámara a las estrellas, es como querer tocar el piano con los codos.

0 comentarios: